Los jugadores están detenidos en el centro del campo, pero hay un momento de efervescencia entre Mbappé y Marcos Llorente. Ninguno de los dos es protagonista porque le toca lanzar a Antonio Rüdiger, cuya parsimonia durante el camino a la portería abruma incluso a los más audaces. Pero la historia, por desgracia para el Atlético de Madrid, estaba condenada a repetirse. Tercera eliminatoria en Champions y tercera victoria del Real Madrid. El último lanzador de la tanda de penaltis fue la enésima simetría con la historia, empeñada en acompañar año tras año a los blancos en su periplo por la Copa de Europa.
La desgracia es consustancial al Atleti en la Champions, no vale con señalar que se trata de un simple infortunio. La revisión condenó a Julián Álvarez, cuya idolatría se mantendrá fuera de toda duda. En una jugada absolutamente límite, se comprobó que había tocado dos veces el balón en el penalti. Un contacto mínimo, que ha generado un inmenso debate: ¿debe entrar el VAR ahí?
Fue un mazazo que mandó al paredón a los colchoneros, a los que les seguirá acompañando esa fama del pupas que ni siquiera se ha esfumado tras abandonar el Paseo de los Melancólicos. Crueldad máxima, incredulidad en la afición rojiblanca, más aún al ver que no había tomas que ofreciesen con claridad lo que el VAR decidió en 30 segundos. El rostro de Julián Álvarez al recibir la noticia parecía contarnos algo.
Las palabras del Cholo
La jugada desató la polémica común a este tipo de duelos de alto voltaje. Simeone asumió un papel irreconocible cuando se sentó delante de los periodistas y expresó con rotundidad: “Levanten la mano los que vieron que Julián tocó dos veces la pelota. Ninguno levantó la mano, eh. (…) Quiero creer que habrán visto que la tocó”. Courtois le respondió con vehemencia: “La UEFA lo vio claro. Estoy harto de este victimismo del Atleti, de llorar siempre por cosas así”.
El error de Julián, sin embargo, no implicó la condena. Jan Oblak asumió el papel de héroe, aunque fuera de manera fugaz, para detenerle el penalti a Lucas Vázquez y otorgarle una vida extra a su equipo. El Atleti se manejaba como un funambulista, a la misma distancia del drama que del ardor, con un sufrimiento inherente a su historia.
Oblak detuvo el penalti de Lucas Vázquez. (Reuters/Susana Vera)
El larguero de Llorente
Los pasos son milimétricos y pausados, sin atisbo de nerviosismo. Apenas había rastros de extenuación en Marcos Llorente, a pesar de llevar 120 minutos en el campo. Si había un lanzamiento más mental que físico, era el de él. Porque sobre sus hombros estaban depositadas las risas o los sollozos de 70.000 personas, sumados a los muchos que estaban en vilo en sus casas. Pero el balón chocó con el larguero y el Atleti se empotró con el malecón que tapaba el camino hacia sus sueños, hechos añicos por Rüdiger. Courtois, viejo conocido del madrileño, adivinó el destino tras acordarse de sus lugares preferidos, como confesaría después.
Valverde, esta vez sí, se atrevió a tirar en una tanda de máxima tensión. Lleva pleno en su carrera con el Real Madrid. Quizás Lucas Vázquez se animara por la valentía de su compañero, aunque su hechizo (no había fallado un penalti como blanco) se rompiera.
Si se habla de penaltis, es inevitable abordar el que ejecutó Vinícius en la segunda parte. Su lanzamiento llegó tras una extraordinaria acción individual de Mbappé, quizás la única, porque fue el único instante en el que las puertas del campo estuvieran abiertas para él. El brasileño mandó el penalti lejos de la portería, una acción inusual que invitó al optimismo de los colchoneros. La moneda les señalaba la cara cuando normalmente suele ser cruz en este tipo de noches.
Solo Dios conocía el ganador
El epílogo siguió el guion histórico a pesar del optimismo de Simeone en la prórroga y en la previa de la tanda. Antes de la segunda mitad del alargue, le dijo a sus jugadores: “Lo vamos a ganar, lo vamos a ganar”. Luego celebró los penaltis, quién sabe si confiado en que la cábala que le había traído fortuna en las últimas visitas a Barcelona se pusiera también de su lado en el Metropolitano.
La vida, sin embargo, se parece más a ser del Atleti que merengue, porque perder está a la orden del día, aunque para algunos sea una anomalía. Puede que el Cholo, consciente de ello, apelara a la ayuda de la deidad, aunque no tuviera en sus manos el rosario que otrora le acompañó en las eliminatorias europeas del Calderón. Antes del duelo, Simeone sentía que solo Dios sabía lo que iba a pasar. Y la divinidad sabría que iba a pasar el Real Madrid.